La cultura hebrea tenía una tradición
religiosa, descrita en el libro del Levítico (16:20-22), en los siguientes términos:
“Y cuando hubiere acabado de
expiar el santuario, y el tabernáculo del testimonio, y el altar, hará llegar
el macho cabrío vivo. Y pondrá Aarón ambas manos suyas sobre la cabeza del
macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de
Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la
cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre
destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las
iniquidades de ellos a tierra inhabitada: y dejará ir el macho cabrío por el
desierto”
Como es tradicional en coyunturas
difíciles, es bueno encontrar “chivos expiatorios” a quienes se le pueda culpar
de su existencia, o bien de que las medidas tomadas por los gobernantes no
funcionen adecuadamente para enfrentarlas.
El chivo emisario que han
encontrado frente a la actual crisis algunos políticos, o incluso el
presidente son ahora los bancos. Se les acusa supuestamente de no irrigar
sobre la economía la liquidez que el gobierno o el Banco de la República les ha
proporcionado, bajo la forma de créditos. El respaldo del Fondo Nacional de
Garantías que puede ir hasta el 90% del valor de los créditos debería ser suficiente
para que los bancos accedieran a prestarle a las empresas en dificultades. Si
no lo hacen, es supuestamente por avaricia, o glotonería, pereza, o cualquiera
de los otros pecados capitales. La solución, abogan algunos, es obligarlos a
prestar, otros proponen simplemente nacionalizar
la banca.
Para aclarar algunas de estas
ideas, que indudablemente calarán en muchos sectores de la opinión, me propongo
en esta entrada repasar brevemente el papel de los bancos en una economía de
mercado, como la nuestra, y a señalar qué se podría esperar de ellos, y qué no,
en la actual coyuntura.
Papel de los bancos como
intermediarios financieros
Los bancos tienen dos papeles
fundamentales. Uno es del orientar los recursos del ahorro hacia las personas o
empresas que tengan necesidades temporales de liquidez. Otro es el de contribuir
a gestionar el sistema de pagos de una economía. Voy a concentrarme únicamente en
el primero, que es el que más ha llamado la atención en esta coyuntura.
Los bancos, como cualquier empresa,
son una actividad productiva. No se trata de entes, como algunos creen, que viven de la riqueza producida por los
otros sectores económicos. Incluso la utilización de términos como “sector real”
y “ sector financiero” (como si los bancos fueras “irreales”) se presta a confusión.
¿Cuál sen los productos generados
por un banco? Se llaman “créditos”. Las empresas, las personas o los gobiernos necesitan
estos productos, para solventar las necesidades de liquidez que puedan enfrentar,
derivadas del hecho de que sus necesidades de recursos para consumo (caso de
las personas) para capital de trabajo ( empresas, gobierno) o para inversión (empresas.
gobierno, o adquisición de vivienda por parte de hogares) pueden ser superiores
a sus disponibilidades inmediatas.
Los bancos deben buscar que estos
productos sean de buena calidad. Deben,
por lo tanto, examinar al cliente solicitante, y estar razonablemente seguros de
que existe una fuente de pago de ese crédito en el tiempo pactado. Es decir, los bancos están en la obligación con
los ahorradores y accionistas que les han depositado sus recursos, de darle un
adecuado manejo. Cuando asignan adecuadamente el crédito, el banco cumple una
función útil desde el punto de vista de la sociedad: contribuye a que los recursos
de ahorro de la sociedad se orienten hacia las personas, empresas o proyectos
que les pueden dar un uso adecuado, es decir, que van a generar excedentes con
los cuales van a poder, además de lograr sus objetivos (aumento del consumo o
de la producción) pagar las deudas en que han incurrido.
Dentro de los costos de producción
de un crédito, ocupa por lo tanto un papel importante el análisis de riesgo del
deudor. El banco, al otorgar un crédito,
debe estar razonablemente seguro de que éste va devolver el dinero. Si no lo hace,
estaría comportándose de una manera irresponsable con sus ahorradores y con sus
accionistas.
¿Cuál es la materia prima para
producir créditos? Pues son los recursos aportados por los ahorradores (depósitos)
o por los accionistas (capital). Esa materia prima es transformada en términos
de plazos: es lo que permite que un crédito de vivienda a 30 años pueda ser
financiada con depósito a la vista, con CDT o con bonos. También es transformada en términos de montos:
pequeños ahorros son convertidos en grandes créditos para atender inversiones
significativas de empresas o de proyectos de infraestructura públicos.
Como cualquier otra actividad productiva
el sector financiero genera un valor agregado. El valor del producto entregado
a la sociedad es mayor que el costo de la materia prima (depósitos) y demás insumos
que necesita la entidad: servicios públicos, papelería, servicios de comunicación,
tecnológicos, etc. Ese valor agregado está reconocido en las cuentas nacionales
de cualquier país, y sirve para pagarle a los funcionarios del banco (remuneración
al trabajo) a sus accionistas (remuneración al capital ) y al estado (impuestos).
Así como a una empresa le
interesa vender sus productos, a los bancos les interesa vender los suyos: su negocio
consiste precisamente en colocar créditos, en condiciones aceptables de
seguridad. No tendría ningún sentido que
se resistieran a hacerlo. Pero deben hacerlo evaluando cuidadosamente los riesgos
que asumen.
Los riesgos de la actividad
bancaria
Cuando un crédito no se le paga a
un banco, o cuando hay serios indicios de que no se va a pagar, éste está en la
obligación de castigar o de provisionar esa operación. Es decir, lo quita del
activo de su balance, y como contrapartida registra una pérdida, que afecta el patrimonio
de sus accionistas. Ahora bien, si esas pérdidas son demasiado grandes, porque
hubo muchos deudores que no pagaron, el capital puede no ser suficiente para absorber
esas pérdidas. En este caso, los ahorradores comienzan a perder, a no ser que
el estado intervenga para evitar dicha situación, poniendo al banco en
situación de administración o incluso oficializándolo, como se hizo con algunas
entidades financieras en la crisis de 1999. En este último caso el riesgo es
asumido por los contribuyentes, que deben capitalizar el banco para generar
confianza en los ahorradores y permitir que el banco siga operando. Valga la pena señalar que las normas financieras
en Colombia establecen claramente que las operaciones de salvamento deben ir dirigidas
a proteger los intereses de los ahorradores, y bajo ninguna circunstancia de
los accionistas de la entidad intervenida. Ese principio se cumplió rigurosamente
en la crisis de 1999.
Para proteger adecuadamente a los
ahorradores, los reguladores establecen un capital mínimo y un margen de
solvencia que deben cumplir las entidades financieras. Esto se realiza en
cumplimiento de lo establecido internacionalmente por el Comité de Basilea que
establece una relación mínima entre el patrimonio del banco y sus “activos en
riesgo” (fundamentalmente los créditos otorgados). Es la manera de enfrentar el
“riesgo de solvencia”: que el monto de los activos de un banco no esté en capacidad
de atender los pasivos con sus depositantes. Esa relación está en Colombia en
el 9%.
Por otra parte, los bancos también
deben cumplir con disposiciones relacionadas con el “riesgo de liquidez¨. Este consiste
en que un banco no pueda atender los retiros de sus ahorradores, por tener esos
recursos invertidos en activos ilíquidos, es decir que no puedan ser convertidos
rápidamente en caja.
Las normas sobre la gestión de
riesgos de crédito y de liquidez, asi como las relaciones de solvencia están
claramente contempladas en la ley colombiana, y le corresponde a la Superintendencia
Financiera vigilar su cumplimiento.
Y frente a la actual
coyuntura, ¿están los bancos obligados legal, o moralmente, a dar créditos?
Cualquier empresa debe preocuparse
por sus clientes, y atender, en la medida de lo posible, sus requerimientos. Por
la situación generada por el confinamiento, muchos deudores no estarán en
capacidad de responder por sus obligaciones en los términos inicialmente
convenidos. En estos casos operan las refinanciaciones o las ampliaciones de plazos,
como ya lo han hecho muchas entidades. Hasta finales de la semana anterior, según
comunicado de los propios bancos, habían refinanciado obligaciones a seis
millones de clientes, por un valor de $137 billones. Habían desembolsado además
23 billones, fondeados por sus propios recursos (y no recursos del gobierno o
del Banco de la República, como maliciosamente se ha informado) por valor de $23,
5 billones.
Lo anterior no elimina la
responsabilidad que tienen los administradores de los bancos de administrar responsablemente
los recursos de los ahorradores. Por lo tanto, si un solicitante de crédito no
logra demostrar razonablemente que en el futuro tendrá recursos para atender
la deuda, lo lógico es que el banco no le preste. ¿Qué pasa si el estado, a través del Fondo
Nacional de Garantías, garantiza al deudor por una suma que puede estar entre
el 70% y el 90% del valor del crédito? Pues queda un riesgo a ser asumido por los
ahorradores y accionistas del banco que está entre el 30% y el 10% del valor
del crédito. Así como a ninguna empresa se le puede obligar a entregar gratis
sus productos, o a un empleado a trabajar gratis, a un banco no se le puede
obligar a poner en alto riesgo de pérdida el 10% del valor de un crédito.
¿Qué hacer?
Como lo han señalado varios
analistas, si el estado quiere apoyar a las empresas en dificultades, y con alto riesgo de insolvencia como consecuencia
de la pandemias, el instrumento más adecuado no es el crédito, sino el subsidio
directo, como lo han establecido varios países (Alemania, Francia).
Señalar que la culpa de que no se
reactive la economía es responsabilidad de los bancos, porque se niegan a asumir
riesgos excesivos, es equivalente a restablecer la tradición del chivo expiatorio.
Forzarlos a que lo hagan, puede hacer que los pecados de la sociedad se expíen más
adelante a través de una crisis financiera, que por la experiencia de finales
del siglo pasado, puede costar cantidades importantes. .
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